19 de octubre de 2007

Lección de anatomía: la mano.

Varias lecturas admite el escrito del Sr. Verle. Se pueden recorrer en todas direcciones pero todas ellas caben en la mano. Es un texto portátil, una herramienta útil para conocer.

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© Sr. Verle, 2007

De varias lecturas caniculares he seguido un hilo conductor
que, relacionando diversas bellas artes, se ha dirigido hacia ese órgano humano, demasiado humano. Cuando W. Benjamín escribió sobre la interrelación entre las artes expuso una metáfora provocadora, que puede con Jung ser reinterpretada, comparando el pintor con el mago y el arquitecto con el cirujano. Me temo que todos estos personajes van a aparecer, con distintos papeles, en estas impresiones.

En una conversación periodística entre la curadora Elena Ruiz y el mentalista Anthony Blake, éste planteaba respecto a la técnica que si bien estos tiempos actuales se dicen la era del silicio, ya en la edad de piedra se usaba, y bien, su mineral, el sílex. A lo que aquélla le apostillaba que eso ocurría porque entonces el alma humana estaba en la mano. Es evidente que la mano constituyó el modelo primitivo de todas las herramientas de la civilización. Con mayor profundidad Rilke ya había hecho corresponder no la técnica, sino la creación artística con el acto primigenio de poner la mano sobre la tierra y dejar alguna huella. Aparición de la grafía y sobre todo materialización del pensamiento simbólico. La mano suplanta al rostro y habla.


Pero el tacto además nos une a lo tocado. Ya hemos comentado en otros blogs la hapticidad y la conexión benjaminiana entre arquitectura y el reino de lo táctil y así, las sugestiones del arquitecto finés Pallasmaa, para el que el elemento erótico de la arquitectura está representado por el tacto que invita, nos expresaba en una entrevista, a juntarse y a ser uno con lo tocado. Por eso con la escala adecuada, se consigue el entendimiento de cómo la mano toca al edificio. Un aprendizaje con la mano.

Por el contra
rio, en muchas de las artes, hoy predomina lo visual, por lo que el resto de los sentidos han dejado de ser instrumentos adecuados para un cerebro que, desde el primer cuarto del siglo XX, ha acabado tal vez demasiado ardiente. Nos lo recordaba en Babelia, Calvo Serraller a propósito del pintor protagonista de un relato de Mirbeau, el cuál, antes de morir, se corta la mano con la que pintaba. ¡Qué creador necesitará sus manos en el arte conceptual!

Quizás por participar inconscientemente de esa idea,
en la citada conversación entre Blake y Elena Ruiz, ésta, directora de museo actualmente, rememora lo que le sugiere haber visto en La Haya “La lección de anatomía” de Rembrandt para abundar en la reivindicación de esa parte de nuestro cuerpo. Nos recuerda que las lecciones de anatomía se hacían públicas, empezando la disección por las partes más blandas etc. Rembrandt pintó dos lecciones de anatomía, por encargo ambas, la segunda en 1656 de Ámsterdam que presenta un escorzo mantegniano y está dañada, y, la más famosa, la del doctor Nicolaes Tulp en 1632.


A ella se refiere Elena Ruiz cuando dice: «Aristóteles planteaba que la mano es donde reside el alma. Y ese cuadro empieza por la mano del doctor». Con razón citaríamos a Heidegger para el que en cada movimiento de la mano persiste un elemento de pensamiento.

Pero se equivoca, creemos, de interpretación. Si observamos el cuadro no es la mano, esa recurrente mano, su esencia, sino la vista, mal que nos pese. Lo que ven los personajes es lo que importa. Aunque recordando a Deleuze la mirada, independiente de sus funciones ópticas, también descubriría en sí misma una función de tocar que le pertenecería por entero.

No tendríamos más remedio que darle la razón a Sarah Kofman y a su lectura, “La muerte conjurada”, de esa obra maestra. En ella los doctores no observan ni la mano del doctor Tulp ni el cuerpo del presidiario ejecutado Abrian Adriaenz, los médicos que asisten a la lección de anatomía examinan el libro abierto al pié del yacente. Y el libro organiza el espacio. Rembrandt nos muestra que allí donde su vista se posa, allí está lo trascendente. Aprendiendo la lección del libro, el cuerpo de doctores está por encima del cuerpo del cadáver y por tanto por encima de la muerte.

Por eso, Derrida, en su homenaje póstumo escrito a la muerte de su amiga Sarah, pretende asemejarnos a esos médicos, como sí leyendo nosotros, los últimos escritos de la Kofman o cualesquiera otros libros, signos, nos dice entonces, sobre la sábana rígida de papel, quisiéramos como en el cuadro, olvidar, rechazar, negar o conjurar la muerte e incluso la angustia ante la muerte de un ser querido. Ésta acabaría siendo, el libro abierto que ocupa el lugar del cuerpo abierto, la verdadera lección de Rembrandt. La verdadera lección, pues, de anatomía.


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15 de octubre de 2007

Exceso de precaución

(Ansel Adams, The Tetons and the Snake River)
Una carretera no tiene por qué ser un río.

Mientras le dan el Nobel de la Paz a Al Gore y al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), Jacques Attali presenta a Sarkozy el informe que éste le había encargado. Attali, economista, ensayista (más que filósofo) y ex-valido de Mitterrand (por aquí empieza el escándalo que provoca su recomendación), propone que se retire de la Constitución francesa el principio de precaución, que permite al Gobierno intervenir si considera que se pueden producir daños al medio ambiente. Que se retire porque "frena el crecimiento económico". Francia está creciendo al 1,3% mientras la zona euro lo hace al 2,5% El consejo de Attali es polémico pero hay casi unanimidad en querer vivir mejor y mantener ese nivel de vida, sobre todo por parte de los críticos, que están en la banda superior de consumo de energía y emisión de contaminantes por cabeza.

Las reacciones de escándalo ante la propuesta Attali son automáticas y calendarias; dice el cronista que es: “muestra de las contradicciones y paradojas que está creando la ‘apertura’ del jefe del Estado francés”. Y la actual secretaria de Estado de Ecología del gobierno francés, Nathalie Kosciusko-Morizet, responsable de la incorporación de ese principio a la Constitución de su país en 2004 y bajo la presidencia de Chirac, acusa a Attali de tener una "visión reaccionaria".

Attali no es un reaccionario sino un laico que no quiere un Estado confesional en medio ambiente. El principio de precaución –como el de corrección preferente en la fuente- fue introducido en 1992 por el Acta Única Europea como guía (principio jurídico que informa el consiguiente desarrollo legislativo) para la aplicación de la política medioambiental comunitaria. Tanto la legislación comunitaria (desde el art. 174 del Tratado constitutivo de la Comunidad Europea) como la nacional derivada de ese principio regulan que cuando se prevea un daño sobre el medio ambiente el gobierno podrá adoptar medidas provisionales y proporcionadas para evitarlo. Una de los efectos jurídicos principales del principio de precaución fue la Directiva UE sobre evaluación de impacto ambiental, que obliga a obtener la autorización (“declaración”) administrativa correspondiente en obras públicas de infraestructuras en transporte y energía, entre otras. La transposición al derecho nacional y su desarrollo reglamentario en plan Romanones por parte de países como Francia y España ha tenido consecuencias económicas de sobrecoste y retraso en dichas infraestructuras. Y efectos sobre el medio parodójicos. Por supuesto, no se ha hecho ninguna evaluación del impacto medioambiental ni del coste de oportunidad que produce ese incremento del gasto público ni el desvío o retraso de trazados en carreteras y redes eléctricas o de gas.

(Ansel Adams, Rails and Jet Trails, 1953)
Sin embargo, la Unión Europea -inventora del principio de precaución- no es tan papista como algunos de sus discípulos nacionales y regionales, y evita la arbitrariedad en la interpretación del principio: “puede invocarse cuando es urgente intervenir ante un posible peligro para la salud humana, animal o vegetal, o cuando éste se requiere para proteger el medio ambiente en caso de que los datos científicos no permitan una determinación completa del riesgo. Este principio no puede utilizarse como pretexto para adoptar medidas proteccionistas, sino que se aplica sobre todo en los casos de peligro para la salud pública. Gracias a él es posible, por ejemplo, impedir la distribución de productos que puedan entrañar un peligro para la salud o incluso proceder a su retirada del mercado.” (Comunicación de la Comisión, de 2 de febrero de 2000, sobre el recurso al principio de precaución, COM (2000) 1 final].

Como Hernández y Fernández, la UE aún dice más en la Agenda 21 y a favor de la liberalización: “Uno de los objetivos de la UE de su política medioambiental es fomentar el desarrollo sostenible mediante la liberalización del comercio, de modo que se consiga un clima internacional propicio a la aplicación de medidas protectoras del medio”.

Dos de los problemas de la integración del medio ambiente en el resto de políticas, en particular la económica, son la información y la estructura territorial de aplicación de las medidas. Respecto al primero Attali dice que “en economía, la información es el demonio [porque] es imposible de manejar”. Las carencias de información y valoración de los efectos para el medio de actuaciones humanas restringen su consideración económica, así que algunos países europeos han optado por sacralizarlo. En cuanto a su organización política y jurídica, es contradictorio dividir en regiones una competencia horizontal e internacional, ya que se establece una competición entre gobiernos por una protección alta por razones políticas o electorales o por un nivel de protección demasiado bajo por razones de crecimiento económico bruto.

Como valor económico, el medio ambiente -aún componiéndose de recursos que son escasos- tiene un valor anterior al precio que la actividad humana le asigna, a la vez que contiene una información total. Al igual que la música, es información pura y compleja, sobre la que es difícil tomar decisiones económicas: “En una economía de la información, algo tiene mayor valor cuando mucha gente lo posee. En la teoría de la información, el valor de algo aumenta con el número de gente que lo comparte. (…) si te doy una pieza de información, aún la tengo, la conservo. Lo cual significa que si tengo algo y te lo doy, estoy creando algo nuevo: abundancia (…) Y esto significa que la teoría económica no funciona con la información. (…) Pero existen además otras razones por las cuales no podemos fiarnos de la economía para entender a la música. Cada actividad humana tiene una historia, una historia que existió antes de la economía, cuando las cosas tenían un valor que no era un precio.” (Jacques Attali, Ruido; Economía política de la música, 1977)

Por si quieres quejarte, Attali tiene un blog.

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13 de octubre de 2007

Sin compromiso

Sunam, de tres años, en su fiesta de compromiso
con su primo Nieem (Foto Asociated Press).

A mediados del siglo XIX el físico francés Jean Foucault midió la velocidad de la luz con dos espejos enfrentados a 20 metros uno del otro. Un espejo estaba fijo y el otro giraba a 800 revoluciones por segundo. Se dirigía un rayo de luz hacia el espejo que giraba, y si éste se encontraba en el ángulo adecuado, el rayo se reflejaba en el espejo fijo, rebotaba hacia el otro espejo para reflejarse de nuevo en la fuente.

Así medimos a veces la luz que procede de la cultura declarada hostil por excelencia, la musulmana. Nuestro torbellino a 800 r.p.s despide vertiginosamente muchas impurezas propias hacia las tinieblas y el atraso del enemigo. Lo que fue precisión en Foucault es confusión en la cultura más evolucionada, la nuestra.

En ese juego mudo de espejos encaja el reportaje-denuncia de la doble opresión que sufre Sunam, una niña afgana de tres años ya comprometida en matrimonio: como mujer y como persona (y no es parodia de la célebre sentencia de Lola Flores). Sunam ve comprometida su futura vida afectiva y sexual –como su primo Nieem, por cierto- como aquí otros niños podrían ver comprometida su futura libertad, sus derechos e incluso su vida entera si de mayores no se integraran en el Régimen nacionalista del norte. Sunam no será libre nunca porque vive en una sociedad primitiva (por tribal) y sometida a una versión fanática de una religión. Los hijos de nuestros escoltas y disidentes, no. Sunam vive, además, en una economía de subsistencia donde su familia depende del subsidio matrimonial que recibirá de la de su futuro marido durante al menos un año. Nuestros hijos no dependen de ninguna dote económica, aunque sí han de dotar el derecho a decidir ajeno que les concierne.

“Sunam, una niña afgana de tres años, todavía no ha aprendido del todo a hablar pero ya tiene prometido. Lo ha elegido su familia y se llama, Nieem, su primo de siete años. Ambos celebraron el compromiso para casarse en cuanto Sunam cumpla 14 o 15 años, el pasado junio, en una fiesta a la que asistieron sus respectivas familias y en la que la novia lució traje blanco de boda. No se trata de un evento excepcional ya que, a pesar de los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos, los matrimonios concertados siguen siendo una práctica habitual en Afganistán.” (Compromiso matrimonial, El País 13/10/2007)


La belleza de la foto y de la niña y, sobre todo su libertad, merece que ésta pueda disfrutar de un futuro sin compromisos matrimoniales impuestos tan pronto. La credibilidad del reportaje y de la misma empresa de liberación también merecería que se hubiera situado a Sunam en sus justos términos globales. Porque el diario global que lo pregona (más que publicarlo) no habla de compromisos similares que aún se pactan entre nuestras familias gitanas, aunque sea a mayor edad y menor escala. Pero con la canonización racista de nuestra subvencionada etnia de bandera hemos topado. Y con la necesaria demonización del Otro, el simplificado islamismo, como chivo expiatorio de nuestras vergüenzas locales y certificado expendedor de la validez universal de nuestros juicios excluyentes.


El reportaje periodístico cumple el protocolo previsto de tolerancia hacia lo propio y maniqueísmo hacia lo ajeno. La modernidad esgrime el estigma del Otro como reverso de nuestra marca de calidad moral. El miedo al bárbaro se forja cuando hay miles de kilómetros de distancia en la denuncia.

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4 de octubre de 2007

Ley incierta

Nos enseñaron que la ley es condición de ciudadanía, instrumento principal del Estado de derecho, estación término que zanja la discusión, sustituyendo volátiles pareceres por una referencia de objetividad, garantía de derechos y tabla de deberes. Y, sobre todo, interdicción (concepto ya de otros tiempos) de la arbitrariedad de los poderes públicos. En fin, un buen motivo para sentirse tranquilos como sujetos de derecho en una comunidad. Para sentirse libres del mayor de los absolutismos posibles, el que impide la contradicción al hacer igual toda palabra, el relativismo totalizador que hace equivaler todo pensamiento, palabra u obra que sucede en el terreno público.


(Rothko,
Centro Blanco, 1950)

La ley cancelaba la incertidumbre propia de la negociación permanente entre grupos de poder y dejaba al ciudadano libre para sus cosas, es decir, con cierto margen para que fueran suyas. Acceso a la propiedad que, a su vez, reforzaba su libertad. La ley era también síntesis de un hecho complejo como la convivencia en sociedades avanzadas pero representado por objetos simples, los símbolos. Asunto fácil de entender y atender (su aplicación también era cierta), especialmente la regulación del uso público de esos símbolos: “La bandera de España simboliza la nación; es signo de la soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria y representa los valores superiores expresados en la Constitución” (art. 1º Ley 39/1981, de 28 de octubre, por la que se regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas). A lo que se añadía que debe “ondear en el exterior y ocupar el lugar preferente en el interior de todos los edificios y establecimientos de la Administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado” (art. 3.1).

(Jasper Johns, Bandera, 1954-55) ¿Es una bandera o un cuadro? Es una mercancia.

También era norma (costumbre jurídica, asumida como conducta pública por el ciudadano) que la ley estuviera vigente hasta su derogación o modificación por otra del mismo o superior rango. Otra garantía obvia. Otro espacio dejado por lo público para dedicarnos a lo nuestro. Sin embargo, “la ley [de banderas] ha venido cayendo en desuso por la resistencia político-ideológica de los cargos públicos nacionalistas a su aplicación y por el descuido inercial de las autoridades municipales de los pequeños pueblos y ciudades” (Javier Pradera, “Banderas y camisetas”, El País, 23/09/2007). Así que la ley decaía por la hostilidad de unos y el descuido de otros, pero todos ellos nacionalistas y ediles de poca monta, chivos expiatorios de negligencias mayores. Como si fuera un dictamen de González Ruano, la ley puede consistir en ir perdiendo la costumbre de aplicarse (“la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir”).

Quedaba entonces el gobierno como poder público vigilante de su aplicación, con la facultad de instar su cumplimiento. Ante la resistencia de regiones y ayuntamientos a colocar la bandera en su sitio de representación, a ejercer su función de símbolo, el ministro de Justicia proclamó el auténtico sentido moderno del poder del déspota: la arbitrariedad, la producción de incertidumbre para gestionarla discrecionalmente, como árbitro de sentimientos y derechos. Dice pues el ministro: “lo que hay intentar es que las banderas se compartan”, “que por ser sensible y complejo para muchos ciudadanos” debe ser tratado “con el cuidado que hay que tratarlo, y no pretender desenterrar otra vez la guerra de las banderas”. No aplicar lo acordado, la ley, sino restaurar la discusión. Compartir -de la cosecha inapelable de la solidaridad- como valor supremo que implica igualdad y transacción permanente. Ofrece al ciudadano un engañoso sentimiento de ser partícipe de lo público. Un compartir que permite integrar al mismo pirómano de efigies del monarca, partido que suscribe resoluciones parlamentarias coherentemente solidarias con la nueva doctrina política: “El Parlamento catalán manifiesta que el futuro del pueblo catalán será el que éste se proponga de manera democrática, pacífica y constructiva. En este sentido, como país que ha sufrido la persecución de sus símbolos nacionales, el Parlamento hace un llamamiento a respetar los símbolos institucionales. Al mismo tiempo expresa la necesidad de que la respuesta a estos hechos por parte de las instancias judiciales, mediáticas y políticas no sea desproporcionada.” (reciente Resolución del Parlamento catalán a propósito de la quema de las fotos del Rey).

(Robert Rauschenberg, American Flag)

Pero “no se puede sustituir la voluntad política por la piedad", como avisó Alain Badiou, so pena de volverse injusticia hacia la mayoría. El consenso laxo que se predica como regente de la vida pública es un mecanismo insaciable, siempre abierto y de interpretación esquiva que sustituye al consenso institucional sancionado por la ley. Un consenso dirigido por el poder del momento en vez de obtenido por procedimientos previamente acordados entre todos. (A su vez, la seguridad que permite el proceso establecido por normas es también conculcada). Un consenso arbitrario, por tanto, e incierto por no estar sujeto a proceso conocido, objetivo… y compartido. La ley no sólo supera la subjetividad del juicio respecto a una determinada organización o situación social, sino también la arbitrariedad para aplicarla.

Los sentimientos no se negocian ni la bandera los representa (otra cosa es “sentirla”). No son los sentimientos ni los pueblos –los dos grandes chantajes del poder- los que están en juego sino los símbolos del Estado, que los abstrae y neutraliza. Símbolos que, una vez fijados, se instalan para que sentimientos, pueblo y solidaridad dejen paso al ciudadano.


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